
Es pues, un elemento vital, vinculado a los ecosistemas, imprescindible, perentorio e insustituible. Por eso decimos que tiene un valor incalculable. Y por esta razón, el poder, especialmente el económico, tiene un extraordinario interés en hacer negocio con ella.
Como quiera que no llueve a gusto de todos, tanto en África como en Asia la población supera en porcentaje al agua disponible y por eso 50 países se enfrentan en la actualidad a un estrés moderado o severo por falta de agua, acontecimiento que se hará más agudo en el futuro por los incrementos de consumo y por los efectos del cambio climático, con profundas consecuencias para la salud de los ecosistemas, la producción de alimentos y el bienestar humano.

Pero, ¿de quién es el agua? La respuesta es nítida, el agua no es de nadie en particular. Ya lo dijo el jefe indio Seattle: “Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo una hebra de ella”. Es pues, de la biosfera, de todos los seres vivos que la habitan, de todos los seres humanos incluidas las generaciones futuras.
La situación, sin embargo debido a los esfuerzos de la Organización Mundial del Comercio y a los Ajustes Estructurales a los que han sido sometidos los países empobrecidos a la hora de renegociar su deuda con las Instituciones Financieras Internacionales, está siendo de progresiva privatización, mercantilización y monopolio multinacional. A las multinacionales les interesan dos capítulos especialmente: el agua embotellada y la gestión privada del agua pública. En esos dos aspectos la situación es la siguiente: cuatro transnacionales (Coca Cola, Pepsi, Nestlé y Danone) controlan el 30% del agua embotellada y dos (Suez, Veolia) el 70% de la gestión privatizada del agua, en el mundo.
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