
Quedémonos con estos tres términos: inodora, insípida e incolora. Es decir, a través de ella podría verse perfectamente. Sin embargo, parece ser que el actual debate en torno al agua, en realidad, sirve para ocultar otros recursos naturales de interés. Podría decirse así que la repentina “apertura de la canilla” del debate sobre el futuro del agua, sirvió para inundarlo todo, y tapar otros intereses.
Es cierto que “el agua potable es un bien escaso, que sólo constituye el 2,5 por ciento del total del agua del mundo; mientras que el 97,5 por ciento restante lo encontramos en mares y océanos”, como lo señala la profesora de Historia, especialista en geopolítica, y defensa nacional, Elsa Bruzzone. La frase pertenece al libro de Bruzzone, quien también es asesora ad honorem del Congreso Nacional argentino, “Las Guerras del Agua”.
También es cierto que, como señala la autora en la misma página, “la tecnología para desalinizar agua de mar existe, pero representa problemas: es cara porque requiere mucha energía, y aún no se ha encontrado el método de deshacerse de la salmuera que queda del proceso y de los elementos químicos que se utilizan en el mismo”.
Hasta allí, todo contribuye a abonar la teoría de que, ante un futuro con problemas de acceso al agua en buena parte del planeta, este elemento vital será objeto de conflictos. Razones para suponerlo no faltan, porque lo que abundan son antecedentes que dan cuenta de esa estrategia de los países militar y económicamente más poderosos, para doblegar a los más débiles.
Temas para pensar
Como contracara surgen algunos aparentes absurdos en esta mirada. Por un lado, las reservas de agua subterránea del planeta son más que abundantes, y son muy superiores al agua en superficie, lo que permitiría a la humanidad toda una larga y próspera supervivencia. Está claro que el agua no está equitativamente distribuída a lo largo del globo, y que estos acuíferos o reservorios subterráneos están en estado virginal (o casi), en los continentes militar y económicamente menos poderosos, como África y América del Sur y Central, o algunas zonas de Asia.
Con sólo escribirlo, ya es posible imaginar el escenario: una América del Norte o una Europa sedientas, recurriendo al uso de la fuerza para saciar su sed en las fuentes de agua de sus vecinos más débiles. Una imagen admisible, pero… ¿lógica?
En el peor de los escenarios, con un desembarco militar en América del Sur y África para el “robo” sistemático del agua, basta con tratar de imaginar los costos astronómicos que tendría trasladar el líquido vital hasta los sitios de consumo. ¿Cuánto costaría, entonces, regar cultivos, o dar de beber a los animales de la actividad ganadera? Y eso si el enfoque se orienta sólo hacia la cuestión productiva. Podría plantearse el interrogante respecto a ¿cuáles serán los costos de una ducha?, o incluso, los del baño para una mascota. En el otro supuesto, el de una invasión acompañada por un progresivo traslado poblacional, hay aún menos sustento lógico.
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